Siempre

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domingo, 24 de enero de 2016

Hotel Cucaracha

Como cada año, llegó diciembre con sus desmadres y después de la navidad me llevé al esposo a pasear para distraernos un poco. Había ido yo en octubre a Bernal, pueblito lindo que está a los pies de la Peña del mismo nombre, con mis amigas. Me encantó pasear por las calles, ver las casas antiguas, disfrutar el sol, la calma y la comida. Reservé en un hotel y allá vamos. Nótese que
Bernal  es muy pequeño pero las calles son en su mayoría muy empinadas por subir y bajar hacia y desde la peña. Total que llegamos y había como cola de coches para entrar al pueblo (mala señal) y para llegar al hotel íbamos entre miles de personas caminando. Llegamos al hotel, dejamos las cosas no sin notar lo gacho que estaba el cuarto, la recepción inmunda y llena de telarañas, y el señorsito que nos recibió solo. Para reservar me habían pedido la mitad de una noche e íbamos a estar dos, y el recepcionista-bell boy-cocinero-dueño-afanador me pidió que liquidara todo. Medio en broma le dije que yo pagaba al irme y me dijo: "¿qué puede ir mal?". Nada -le contesté- pero música pagada toca mal son. Nos fuimos a (intentar) recorrer el lindo pueblo y terminamos en una terraza bar con vistas a la peña tomando cervezas porque era imposible andar entre tanta gente. Parecía mi pueblo en 15 de septiembre: una multitud pendejeando, baboseando, con la agravante de que venden micheladas y tequila en la vía pública así que van chupando o ya ebrios en bola. Horrible. Comimos bien, eso sí, y al rato regresamos al hotel. Entonces ya notamos las manchas de las paredes del baño, algunas de sangre; que las cortinas estaban todas rotas, que la ventana del baño no cerraba por estar caída y hacía un frío que pelaba. Del wi-fi ofrecido en la página de hoteles Booking nada (no se guíen por las fotos, son engaños); tele sí había pero no servía, no sé si le cogió el apagón analógico o les daba igual. Nos salimos a una terraza a ver las estrellas y platicar a pesar del frío para estar lo menos en ese cuarto tan deprimente y cuando nos metimos nos dimos cuenta de que la cama era un redrojo: estaba tan jodida que nos rodábamos al centro y quedábamos aplastados. Yo no me podía dormir y al rato pasó el perro del hotel por el pasillo, porque perro sí hay, ladrándole a los gatos que habían estado maullando un buen rato ya. Horas en vela oyendo el ulular del ventarrón que se colaba por las maltrechas ventanas moviendo los hilachos de cortinas. Muy temprano el esposo se levantó a tomar fotos de la peña al amanecer y al rato lo alcancé pero primero constaté con mis patitas que el piso estaba pegosteoso. Nos bañamos echando mentadas del frío bajo un chorrillo de agua medio tibia y salimos con nuestras cosas para irnos para siempre amén. Todavía el vejete recepcionista-chorreado-mucama nos preguntó por qué nos íbamos y me congratulé de no haber pagado el total al llegar. Desayunamos delicioso en otro hotel y nos fuimos a Ezequiel Montes a comprar unos quesos exquisitos que hacen ahí y derechito a casa. Lo sentí por Diego, que canceló la fiesta.
Y es que sí da coraje que le cobren a una como Fiesta Inn por un Caca Inn, o sea, ni el Piojo Matute de Madrid. Si le dicen a una que es hotel pinchón de pueblo y que cuesta trescientos pesos pues una ya sabe a lo que va, ¿no? A algo rústico y campamentoso,
Y yo trabajando para juntar para mi viaje y el &%$ gobierno robándose todo de forma que el dólar y el euro suben y suben. ¿Buscaré puros piojos Matutes o me llevaré mi tienda de campaña pequeña y dormiré en los parques?
Sufro. Pero ya se sabe, (Sabiduría de hoy) para la depresión hay prevención. Hacer, hacer, hacer. Pintar paredes, cuadros, muebles. Crear, arreglar, componer. En mente activa no caben tarugadas ni depresiones. Tal vez por eso mi abuelita era feliz a pesar de las vicisitudes de la vida: nunca manitas ociosas.