Siempre

Siempre

domingo, 28 de septiembre de 2014

Naturaleza salvaje

La naturaleza, dicen, es sabia como yo. Pero a veces se azota.
Hace nueve días cayó en esta casa de flores y chuchos una granizada tipo bombardeo nazi que dejó el jardín hecho jirones. No avisó con lluvia sino que comenzó en seco, como las malas noticias, haciendo un ruidazo tal en los domos que la gatita y yo nos asustamos bastante. Yo corrí a preguntarle a Diego si había pedido "granos", porque desde muy pequeño demostró sus poderes al decir "ojalá caigan granos (granizo en lengua bebé)" y se dejaron caer al instante tantas canicas de hielo como esta vez. Me dijo que no y bajamos a la cocina para meter a las perras. La mensa de Chela estaba debajo del emparrado y yo le llamaba para que viniera pero le daba miedo. Al fin acudió a mis llamados angustiosos indignada bajo el apedreo y cerrando los ojos a cada golpe. Duró mucho rato y todo quedó blanco y encharcado. Salimos a comenzar el recuento de los daños y nos dimos cuenta de que el emparrado se había caído. Por poco le cae encima a la pobre Chela.
Al día siguiente fue descubrir que los rosales, el olivo, los aguacates, la higuera, estaban rasurados. Los tomates despachurrados, las ramitas tronchadas y las bolas amoratadas, golpeadas y abolladas. Lástima, les faltaba poco para madurar. Las flores aplastadas salvo los alcatraces que aún no abrían; la citronella cacariza, perforada como la Nochebuena; el huele de noche hecho papilla; los helechos ralos. El naranjo, el aguacate, el limón y los lichis aguantaron mejor, pero a las diez de la mañana aún había hielo entero. Llevo varios días sacando hojarasca y ramas gigantes del Gran brócoli y del Brocolilón que son los fresnos centenarios; las más secas irán a la estufa de hierro para el invierno de la pulquería. Me ayuda el señor esposo, porque en Oaxaca hubo un desmadre, o sea que a Miss Oaxaca y a la Sustituta (es que da susto, la pobre) se les enfermaron las progenitoras. Estoy segura que ha de haber alguna festividad zapoteca por aquellos lares, pero en fin.
Y agarré un resfrío gacho por salir a pisar el suelo congelado en chanclas. Ya se sabe que existe una extraña conexión entre los pies y la garganta, así es la anatomía humana de rara, Me dio dolor fantasma: me dolía justo donde me amputaron las amígdalas cuando tenía catorce años.
Pero resfriada y todo fui a la presentación del libro de la mamá de Ana, amiguísima de la preparatoria. Fue un acto muy amoroso, comelitoso y bebedoso entre buenas cuatitas que compramos el libro muy monas. Me apalabré con las de la editorial porque me sonaron bien. Luego me lo pensé porque dejaron bastantes faltas ortográficas, pero como yo, que soy tan mona, no uso corrector sino al contrario, corrijo, no me importaría mucho, a ver.
Y me embarqué en apoyar al profe de pintura con cuatro clases a la semana porque le van a operar. Como si no tuviera que hacer y justo ahora que me quedé desoaxacada. Pero nobleza obliga, el profe siempre ha sido muy bueno conmigo y le tiene harta paciencia a mi mamá que da dos pinceladas y pregunta qué estaba haciendo; da otras dos y vuelve a preguntar...ad infinitum. El otro día ya tenía hecho un suelo de barro muy lindo frente a una chimenea y se puso a embarrarlo de azul cobalto alegremente, le pregunté por qué y sólo me dijo: "no importa, ahorita se lo quito con un trapo". El alzheimer me la está volviendo surrealista.
Por otro laredo, al fin salió la colección de películas de ocho y dieciséis milímetros de mi papá que se donó a la Cineteca Nacional. Nos las entregaron en un DVD de formato súper computarizado e hicimos cinito con palomitas y todo. Pensé que iba a llorar por estar viendo a mi papá, a mis abuelitos, a mis tíos que ya no están, pero no. No sé si mi mamá aguante verlas porque sale mucho su padre y últimamente le ha dado por acordarse de él y anegar los ojitos... Salió un rollo que no recuerdo yo, no sé porqué lo tendría mi papa. Son tomas inéditas del dos de octubre de 1968 en Tlaltelolco. Es fuerte.
Sabiduría de la semana: cuando veas el jardín de tu vecino congelar pon el tuyo a tapar.

lunes, 25 de agosto de 2014

¿Seré?

A ver si después de tantos años de presumir de ser tan mona va a resultar que no lo soy tanto. Mira que abandonar tantas cosas, entre ellas este humilde, sencillo pero honradísimo blog.
Las actualidades van surtidas, como las tallas de los calzones. Desde un viaje con amigas, en plan viva la Pepa, a Huamantla, Tlaxcala, donde estuvimos en la hacienda de una compañera del colegio y donde tuve, por tres días, catorce años. Fue treparme a los árboles a comer ciruelas de diferentes clases; fue disfrutar de un ataque de risa imparable a la una de la mañana; fue subirme a escondidas al coro de la capilla y cantar el Ave María yo sola. Fue cantar con la guitarra, bailar, actuar como en las fogatas, sólo que ahora en lugar de chocolate una toma sus cubas, que los catorce años iban sólo por dentro. Me dicen las amigas que yo era una latosa y que hacía bullying . ¿Seré?
También sufrí mi cuota de trámites-robo del Gobierno del D.F. Ya sabemos que la tarjeta de circulación caduca cada tres años como atún en lata (y eso que es de plástico), y hay que cambiarla. Para eso le piden a uno copias fotostáticas de cada tenencia, tarjeta anterior, identificación, comprobante de no robo, factura del coche (que ahí va uno cargando peligrosamente en el carro), y demás. Menos mal que es tránsito y ecología, según ellos, para que terminen en basura. ¡Pero si se ve en internet que tiene uno todo pagado! -les decía yo ya burlándome-, pero nada, se quedan con sus jetas de "ya lárguese que quiero tragarme mi torta de tamal seboso". Un asco, además, el local donde se realiza el absurdo y tarado trámite.
Y sufrí muchas otras cosas más, que una, no se crean, tampoco es de hule y suele acongojarse por las situaciones económicas, morales, físicas y espirituales propias y de quienes la rodean. A veces dan ganas de desligarse...
Y terminé un trabajito e imploro a los Santos Chambeadores por otro. No sé si ponerle una palmera californiana a San Pancracio, porque el perejil como que ya le aburrió, yo creo. Por lo pronto en que sale ganón es el marido, porque me da por cocinar y hornear. He hecho pan de tocino y queso, de aceitunas y perejil, de cebolla, de dulce, hasta que se me termine la bolsa de levadura. He confeccionado galletas de colores y pasteles decorados;  papas viudas, chop suey con arroz, caldos gallegos y hasta chiles en nogada pasando por carnes, pollos y verduras. Por cierto que hoy es su santo, no que lo celebre ni que se acostumbre o incluso que se haya dado cuenta, pero lo es. St,. Louis Rey de Francia. No va a ser de cualquier Luis mundano mi esposote y, junto con él, Diego.  Creo que mañana o pasado haré mole... así estoy.
Otros ratos los dedico a la pintada. Cuadros muy pequeños, para sentirme así como señora victoriana, de lugares que he visto y pisado. Y alguna pared también, por ejemplo la lavandería de casa que ya estaba muy gacha. Y para la noche leo. Como me tocó la feliz herencia de los libros del papá de mi amiga Coco (gracias Coco), me he echado unos novelones del XIX de esos que nunca había leído, como Jane Eyre, Emma. Descubro autores como Turgueniev con El primer amor, Vasco Pratolini con Crónica familar; Saul Bellow con las Memorias de Mosby y leo a los ya por mí conocidos.
Se aceptan herencias.
Sabiduría Gratis: Si Coelho vende sus frases, venderé las de mi invención, que son igual de perogrullas pero más bonitas.






sábado, 21 de junio de 2014

La odisea del Moisés

No hablaré de la odisea de Moisés el bíblico, ni de sus andanzas; ni de algún otro Moisés famoso. No.
Este era un moisés, así, con minúscula, que quería ser enviado a lejanas tierras sonorenses. Resulta que por allá no hay esas cestas de mimbre que se usan para colocar a los bebés una vez decorados, equipados con su colchón, sus cobijas, almohaditas, protectores y base. Entonces había que buscarlo aquí en México, donde están en desuso y han sido reemplazados por artefactos más modernos.
En el mercado de San Ángel  no hay ya, y eso que encuentra uno hasta basinicas de peltre; en el de Coyoacán sólo había uno. Parecía que la tabla del fondo estaba rajada pero no, el buen marchante me explicó que al ser tabla de madera se unen dos para armarla, mientras que otros -no sé cuáles porque no hay- son de vil triplay y por eso se ven de una pieza. Bueno -pensé yo que soy tan mona-, total el colchón la tapará. Entonces me amarchanté y averigüe cómo enviarlo. Por paquetería cobraban cuatro mil pesotes, lo que me hizo pensar que con esa lana mi prima bien podría comprarse una cuna en Las fábricas de francia o del otro lado de la frontera y así se lo hice saber. Quedé de investigar con Correos de México y la diferencia era abismal: cuesta muchísimo menos.
Una vez hecha la labor de apalabramiento y tecnología del envío, metí en mi bolso dinero, carrete de cáñamo, cuter, cinta transparente y me dirigí al centro de mi pueblo. Pasé por casa de mi amiga Gary y la llamé: "bishi bishi" y sigue sin aparecer. Van semanas que no la veo, aunque haga bueno que es cuando más la veía sentada en la acera o trepada en la barda e inmediatamente acudía a que la saludara. No quiero preguntar en su casa... En el mercado compré grenetina y dos cajas de cartón porque dado el tamaño de la cesta no cabía en una, y no cajas de huevo porque por salubridad (sic) no permiten usarlas en correos. Tampoco puede uno usar cajas con propaganda, es decir, que tengan letreros de lo que originalmente llevaron como servilletas, pañales o latas de frijoles. Pero yo, que soy tan sabia, pensé que ya que debía desarmarlas para hacer una con dos, podría armarlas al revés, con las leyendas hacia adentro y la parte limpia hacia afuera.
 Acudí al puesto de las cestas y no estaba mi marchantito, sólo un joven autóctono que jugaba en su celular sentado en un banquito. Él me dio la canasta, me recibió el resto que debía, y me ayudó a desarmar las cajas, atándolas para que las pudiera cargar hasta la oficina de corrreos.
Y así salí, dándole cestazos a cuanto peatón o puesto se me atravesaba y cambiando la cunita de mano cada cien metros para evitar gangrena digital. Cuando pasé por la panadería mi amiga se rió de mí y hasta me preguntó si iba a tener un bebé. Llegué a la oficina postal y comencé el trabajo de embalar mi bultote. Cargaba, cortaba cartón sobrante, sobre una mesa alta y angosta, pegosteaba la cinta que se me caía y rodaba enredándose sobre sí misma para desperdiciarse, ante los ojos pazguatos y jetones de las horrorosas empleadas que me miraban impávidas mientras se rascaban algo seguramente (su mostrador sólo deja ver sus jetas). Cuando consideré que más o menos había logrado hacer una caja con dos y me secaba el sudor, me dijo una que tal vez mi empaque excedía el tamaño oficial y con gran angustia y pujo lo cargué y coloqué ante sus carotas para que lo midieran. ¡uf! Pasó. Yo ne preguntaba qué nombre llevaría la deforme figura geométrica que había creado y qué enseñarán en el taller de cartonería.
Entonces la tipa de la derecha se dignó abrir la boca y me dijo: "ahora tiene que forrarlo con papel estraza o kraft, y tiene que usar cinta canela, no transparente". Okei, dije, se lo dejo tantito, y atravesé la calle a la papelería que vive de vender lo que estas nacas piden. Volví y de nuevo sobre la mesa alta forré el bulto lo mejor que pude, alzando a cada rato el papelote que se enrollaba y caía cual alfombra roja de Hollywood, mientras clientes iban y venían y me veían con extrañeza. Comencé a atarlo para ser interrumpida de nuevo: "señora, le dijimos con lazo, no con hilo". Yo sólo contaba con el pedacito de raffia con la que el marchantito jr. me había amarrado las cajas pero el policía se compadecío de mí y sacó una madeja hecha de retacitos y me ayudó. También me ofreció un plumón para poner los datos de envío.
Puse mi paquete para ser pesado y timbrado con gran orgullo, pagué y me fui. Al ver mi reloj me di cuenta de que había pasado una hora envolviendo y de que no tengo vocación de paquetera, pero de que una prima querida bien vale una odisea.
Sabiduría de la semana: Hay oficios que parecen muy fáciles hasta que los intentamos.



miércoles, 21 de mayo de 2014

Ir, volver, ir, volver.

Eso tiene la vida a veces, que una va y vuelve como las estaciones.
Total que me trepé a esta tendencia y me fui. Y volví.
Y vi cosas que mis ojitos no conocían, como las cigüeñas, que a pesar de que me han dejado dos bultitos ya nunca las pude ver con eso de que la anestesian y drogan a una para que no se dé cuenta de nada. Son unos pajarazos que ponen sus nidos en lo alto y que crotorean (¿qué tal la palabrita, eh?) alegremente y levantan el vuelo cuan pesadotas son con sus patotas colgando y sin estamparse con las tantas golondrinas que dan vueltas todo el día a lo tarugo y se acercan a las paredes de piedra casi chocando y haciendo su chillido murcielagoso todo el santo día. No sé cómo con tanto rechinido se podía inspirar Santa Teresa, si hasta llevaba riesgo de que una de estas aves la embistiera en plena cara al salir de la capilla al patio del convento. No logré ver los bebesitos escondidos en los nidos, ya será otra vez. También vi varias fiestas populares de esas que salen en los documentales y que de churro me tocaron, como el inicio de San Isidro.
Si bien dicen que viajar ilustra y además enriquece el alma aunque empobrezca el bolsillo, pero este se puede recuperar. La cintura, si se pierde en algún viaje, como en San Francisco, también se recupera al volver a la normalidad. Cosa de volver a la alimentación habitual y al ejercicio en su forma de trabajo, que da menos hambre que la modalidad paseo. No es lo mismo desayunar y comer en restaurantes, cenar bien cuando en casa uno merienda cualquier cosita, e ir probando las novedades que los aparadores, sobre todo los de las pastelerías y confiterías, ofrecen sin pudor a los viandantes sin preguntar si los pueden digerir.
Y no es lo mismo ver a los hijos en casa que a través de el Skype. Viene a ser, dado el carácter de mis criaturas, como ver el show de los Muppets en versión stand up comedy. Claro que una coopera, que no digan que por andar de paseo una es floja, haciendo muecas y completando la acción verbal. Pero verles de lejos da otro enfoque, como en los toros. Oírles hablar y reír es muy bonito. Y ver la cara de alegría del "pequeño" al mostrarle su pieza entera de queso Cabrales nomás para él no tiene precio. Creo que soñó con él hasta que se lo dimos en propia mano.
Porque viajar nos deja ver lo lindo de otros lugares y conocer un poco sus problemas, para poder renegar de lo que no nos gusta de casa y valorar lo de bueno que tenemos. Nos hace comparar, queramos o no, un país con otro, una población con otra, y si la nuestra sale perdiendo en unas cosas, sale ganando en otras así que todo queda en empate sin necesidad de llegar a penalties. Por eso vuelvo contenta, llena de imágenes, sabores y abrazos.
Por cierto que viene la cosa del futbol. Ya en mi viaje aluciné con varios partidos pero lo del mundial me cuesta trabajo siempre. Lo mejor que una puede hacer es agarrarlo de pretexto para reunirse con amigos y parentela surtida a comer y pegar de gritos muy incivilizadamente:¡ goooooool!, ¡qué brutoooo!, ¡falta! y demás mantras futboleros.
Sabiduría gratuita: Mientras juega la selección habría que estar pendientes de otras cosas, que nuestros gobernantos suelen meternos goles aprovechando la distracción general. Lo bueno es que sólo durará los partidos que son a fuerza, los primeros.


domingo, 30 de marzo de 2014

La lucha

La lucha es mucha y no hay peor lucha que Lucha Villa.
Por eso y porque se me dio la gana, vaya, me uní al movimiento No Parquímetros en Coyoacán. Ha sido marchar, hacer valla ante granaderos, desfilar, hacer cadenas humanas, gritar hasta el desgañote, pegar propaganda que la delegación quita (dejando los plásticos y pegotes de publicidad de todo tipo, claro) y repartir volantes hasta la demencia.
Cómo, si no, íbamos a conseguir que mil vecinos se acercaran a emitir su opinión negativa en la consulta de la colonia. Y todo para que el INAH, que es del gobierno desgraciadamente, dé su permiso. Anda, nena -le dice a la delegación- ve y pon tus aparatejos para que acompletes tu gasto, que no te alcanza con el presupuesto más las mordidas. No importa, nena, que en esa zona paguen los prediales más altos de la ciudad, que se jodan, la clase media es para partirla por la mitad. Así se sentirán en París, aunque no ganen en euros; así sacarás mucho más dinero para tus reventones, pero eso sí, haces mutis cuando permita yo barbaridades en la zona.
Y la niña Delegación (si algunas se llaman Purificación y Angustias, bien una niña puede llamarse Delegación) de la manita de su mascota Ratoledo sale corriendo feliz a pintarrajear piedras antiguas y a colocar armatostes en las angostas aceras coloniales para que las personas con silla de ruedas puedan atorarse más. Va feliz dándoles de palos a las gentes que le dicen que si respetara el uso de suelo las calles estarían vacías y haciendo oídos sordos a sus voces.
Esto, aviso, significa guerra. Por si las dudas ya desenterré del clóset toda mi ropa de comando que no usaba hace tiempo y que, para que les de envidia, me queda aún. Me falta el maquillaje camouflage... no importa, Max Factor al rescate. Y cola-loca para las monedas, claro. El GDF es tan rata y tan asqueroso que ahora que sacó un "empadronamiento de mascotas" vocifero que no hay que hacerlo, seguramente quieren cobrar impuestos por cada chucho perico y poblano que tenga una, o poner perrímetros en las aceras para cobrar por sacar al perro de paseo.
Con tanto borlote, juntas, marchas, bloqueos de avenidas, mentadas de madre y de padre, se me juntó el trabajo y voy lento. Tengo que apurarme retiharto que a fines de abril me voy de vacaciones y esa es otra, me falta hacer varias reservaciones y ya me entró el nervio previaje. Y eso que es un viaje en el cual se aplica lo de la tercera es la vencida". Ha sido aplazado dos veces por razones pendejoides.
Y para colmo, espero que el refrigerador aguante. Hace unos ruidos que no sabe una si darle una patada o acariciarlo para que ya no chille, como con los hijos, pues. Por las noches, si se queda abierta la puerta de la cocina, le oigo rechinar y silbar como el robot aquel de la película del Piporro que se enamoró de la rockola. Luego gruñe o medio murmura. Y la lavadora, ya también achacosa, no exprime bien. Siempre van en grupo los aparatos para descomponerse. El otro día mijo el Manolo alias Manny lavaba sus prendas y el refri empezó a hacer el canto de las ballenas. Ya está viejo, le dije. Él alegó que no e hicimos cuentas de cuántos años tiene e insistió. No sabe que los años-aparato doméstico son como los años perro. Claro, los suyos tienen dos años a lo más. No se lo dije para no traumarlo, soy una madraza.
Así las cosas, sigo en mi humilde trinchera defendiendo los derechos de los traductores independientes, de los habitantes de Coyoacán y de los electrodomésticos de la tercera edad. No me canso. Si no me canso de tratar de educar a Chela, para que comprenda que no todos los objetos de este mundo son para romper y que no toda la tierra del planeta es para escarbar, menos de luchar. Mejor pensaré en los caracoles que me comí hoy. Meditaré: caracolesmmmmmmmm caracolesmmmm.... Nada como las técnicas orientales para el stress: el chop suey y el chow mein.
Sabiduría gratis: Tomen el sol antes de que Mancerda et al comiencen a cobrarlo. Lindas las granizadas de primavera de fin de marzo, parecía nevado el paisaje citadino. Lo malo es que pelaron a las pobres jacarandas y su hermoso color quedó como alfombra en el suelo.









lunes, 24 de febrero de 2014

No lo vuelvo a hacer

Heme aquí, como siempre y como nunca.
Como siempre equilibrando mis varios frentes de batalla con un frenesí digno de Mc. Arthur, ese el de %&$# los japoneses. Hoy me hallo trabajando entre cajas de cartón y de madera, muebles varios, mesitas, mesotas y mesillas; libreros y espejos; guitarras y cojines, mientras la lavadora hace lo suyo y el marido se engorila con tanto entradero y salidero de trabajadores. Es que se me ocurrió que vinieran a lavar la alfombra, que abarca mi pieza, el estudio del esposo y el hall de arriba al que llamo librería porque es muy mamón decirle biblioteca (si la organizo un día tal vez se gane el título). Cambiarla por una nueva me parece muy oneroso económica e histéricamente. He visto la cantidad de basura que sale: el tapete, el bajoalfombra, dos toneladas de tierra, clavos, palos y las nubes de tierra que vuelan, así que entre esa monserga y el dinerote que se requeriría, el cambio, que espera desde hace siete años, seguirá en stand-by. Mientras, me dije, una buena lavada gracias a las artes del hermano de una amiga, que será menos lata y trabajo. Hasta que la realidad me alcanzó: hubo que ir quitando desde el sábado todo lo que ahora está en mi estudio que, menos mal, tiene piso de madera, y hoy por la mañana sacar los cajones de la cama de piedra porque si no no la hubieran podido mover los tres señorcitos que vinieron, encerrar la pobre Sushi Pachita María del Fungli para que no se salga; advertir a los lavadores que no respondo chipote con sangre si Chela se roba y come algo del equipo que dejaron en la entrada de los coches y que ella verá como coloridos juguetes: guantes, botes, trapos y esponjas padrísimas, es demasiada tentación para ella, y estar al pendiente lo que aparentemente llevará cuatro o cinco horas. Menos mal su aspiradora y su lavadora son muy silenciosas, la mía hace un ruido infernal que asusta a la gatita y enerva a los demás. Algo es algo, dijo un  calvo...
Y no es que me meta en líos, yo. Cualquiera que lleve una casa sabrá que es normal que acudan trabajadores a hacer arreglos, lo que pasa es que o nunca elijo el momento oportuno o simplemente ese momento no existe. Digamos que elijo un día en que estaré en casa, pensaría que no me dejan hacer nada ahora que podría estar trabajando, pintando o remodelando. Si lo hago un día en que el marido está se pone de los nervios y ya se sabe, un marido histérico no conviene; pero si no está acabo agotada de bajar a abrir a cada rato y estar al pendiente yo sola de todo. Lo ideal sería irme al parque a trabajar y dejar a los señores pero ¿y los perros?, ¿y la gatita? Además están pregunta y pregunta que dónde cogen agua, que dónde la vacían, que dónde iba mi sillón de Niña de Atocha... Total, un problema ético irresoluto.
Y en este momento me acordé de aquel limosnero que pedía un pedazo de pastel y una malteada en lugar del consabido taco porque era su cumpleaños, ya que uno de los limpiadores, el que parece con más autoridad de ellos, me pide refresco. Así: "seño, ¿no tiene refresco que nos regale?". Pues bueno, les doy una botella de Coca-Cola grande y ya empezada que quedó de la fiesta de mis amigas la semana pasada, y unos vasos desechables. El tipo señala una foto de la pared: "¿es usted, seño?". Creo que no habían visto una Miss Sinaloa más que en las noticias. Raro el tipo, son diez grados más allá de Manolín y Shillisnky. Así que ahí andan, limpiando, tomando refresco y conversando que si expulsaron a fulano en el partido del América y si el Toluca ganó. Ahora en el estudio del esposo están viendo los pósters de cine y comentan si han visto tal o cual película de Tin-Tan o de Clavillazo. Santo Dió.
La fiesta de mis amigas resultó de lo más divertida. Hubo comida, platicadotas, rifa, neteadas, apoyos, risas de todos los volúmenes, cantada con la guitarra y les puse la discoteca. Bailamos harto y acabamos a las doce de la noche. El clima ayudó, la luna nos acompañó a las cuarenta y dos que nos reunimos a festejar todo y nada, nada y todo. Eso sí, acabé extenuada con todo y que conté con ayuda previa al evento de mis hijodontes y maridazo y simultánea de Miss Oaxaca, como si me hubiera ido de campamento nacional. Vaya, que necesito entrenarme pero de caminar, no de batallar, para irme de viaje. Otra cosa que creo que no vuelvo a hacer al menos no próximamente.
Así que seguiré mientras aquí chambeando tan mona yo, mientras tomo mi café por el cual he de bajar a la cocina porque la cafetera de acá arriba -comodidades que se quedaron de cuando estaba yo de Frida Kahlo- hubo de desconectarse y moverse, hasta que dé la hora de calentar la comida....
Gajes del oficio, pues'n.








sábado, 1 de febrero de 2014

CATALOGO DE COSAS NECESARIAS PARA EL HOGAR Y SU DESCRIPCIÓN, CON APARTADO ESPECIAL SOBRE LA MANERA DE ADQUIRIRLAS

Para formar un hogar se requiere de muchas cosas, lo primero es conseguir el marido. El marido es una cosa que nos pasamos toda la vida civilizando, pero al que queremos más cuando se porta como un bestia. Un buen marido es dificilísimo de conseguir pero, si se encuentra tal garbanzo de a libra, debe cuidarse y no sobre explotarse, a riesgo de perderlo o matarlo a punta de corajes como suele pasar hasta en las mejores familias.
Luego, hay que hacerse de una casa. La casa es una cosa que queremos cada vez más grande, con más piezas, muebles y jardines, pero que cuando se nos ocurre limpiarla deseamos ver más pequeña: sin escaleras, con un sólo baño y cuarenta metros cuadrados de superficie total.
Vendrán, si Dios nos da licencia (o carné si vivimos en España), los niños que, por el contrario, son unas cosas que crecen cuando no queremos que lo hagan, y que, cuando queremos que se porten como mayores, vuelven al estado fetal para ser doscientos por ciento dependientes.
Para llenar la casa y hacer la vida diaria agradable y práctica se necesitan más cosas. Los muebles, por ejemplo, son unos objetos más o menos grandes que se llenan de otras cosas porque tienen puertitas, gavetas y entrepaños y que, entre más espacio de almacenamiento tienen más retacamos, hasta que no nos cabe más y compramos más muebles o una casa más grande. También llevan más cosas encima: adornillos, polveras, jarrones, fotos, carpetas y demás parafernalia para sacudir y lavar.
Los tapetes y alfombras son unos trapotes gruesos cuya principal función es guardar polvo para poder aspirarlo después o exacerbar la alergia del niño para darnos pretexto de negarle el permiso de ir a la fiesta. Las cortinas tienen igual función pero además sirven para aislarnos del mundo exterior y salvaguardar nuestra vista de la vecina con su bata capitonada con finos decorados de yema de huevo y chorizo y sus tubos de plástico de la Casa Barba, o del guapo vecino que luce su abotagado abdomen mientras se rasca, cerveza en mano, llevando puestos unos bóxers más aguados que su papada.
Los electrodomésticos no deben faltar en el hogar feliz: el refrigerador, por ejemplo, es un clóset que enfría la comida para que podamos darnos el gusto de calentarla para la merienda. El horno de microondas es un habitáculo en el que no debe meterse gatos ni pajaritos, so pena de llamarnos nazis, y mucho menos tenis a secar so pena de que se derritan como los del hijo de mi amiga Lulú. Es mejor usarlo para calentar la merienda habiéndola sacado del refrigerador. La aspiradora es una especie de escoba eléctrica que las sirvientas odian y que usamos nosotras los domingos para limpiar la casa de ramitas de escoba de mijo que dejan regada y pegada en los tapetes, y las telarañas que no ven debido a una extraña costumbre ancestral que impide voltear para arriba y no deja ver la mugre de encima del refrigerador, de la campana de a estufa o las lámparas. Tiene este aparato la enorme ventaja de hacer ruido tal que no oye una el teléfono cuando llama la suegra.
 La licuadora es un eficientísimo adminículo que hace salsas, sopas, papillas, purés y gazpachos en menos de lo que canta un gallo; lo malo es cuando la gente cree que la hemos usado para peinarnos. También hace un ruido capaz de entrenarnos para cuando volvamos a ir a las discotecas, destripando no solamente tomates y cebollas, sino también el lema que cuelga de la puerta: “hogar, dulce hogar”
Pero una máquina que indiscutiblemente da muchísimo servicio es la lavadora. La lavadora es un artefacto al que hay que echar la ropa para que se paseé  luego de que una ha tallado puños, cuellos y rodillas, que nos rompe la ropa para que tengamos qué hacer en el costurero y que la jalonea para que tengamos pretexto para comprarnos más vestimentas. Se trata de una cosa que hay que vigilar recelosamente o corremos el riesgo de morir ahogadas en una inundación de lavandería, o aplastadas cuando decide caminar hacia nosotras en cadente pasito tun tun.
La ropa, por cierto, es un conjunto de trapos más o menos coordinados que varía según temporada y que cuando ya no nos queda nos negamos a tirar en la esperanza de que nos vuelva a entrar y que, si nos queda guanga, la guardamos por el gusto de ver que se nos cae. De todas maneras no nos la ponemos toda y le damos vuelta a algunas prendas todo el año. Todo esto se guarda en el clóset, en que van también los zapatos.
Los zapatos son unas cosas van en los pies y que parecen cómodas al probárselas en la tienda pero al caminar tres metros en la calle aprietan y marcan los pies, sacan callos, ampollas y juanetes, volviéndose instrumentos de tortura que van a parar al clóset junto con la ropa guanga y la que ya no nos entra, regresando nosotras a nuestras adoradas chanclas viejas, si no cometimos el sacrilegio de tirarlas. Si son muy altos sirven como entrenamiento circense y para entorpecernos en caso de persecución; si son muy bajos nos veremos fodongonas y chaparras; si son blancos harán la pata lucir más grande y si son blancos y sin tacón nos dan un look de enfermera que resulta muy profesional.
Las bolsas, que también van en el clóset, son unas cosas que compramos con dinero para meterles dinero y que duran más que el dinero que les metemos. Cuando no tenemos dinero, aún así usamos bolsa para guardar cosméticos, cigarros, monedero, cartera, dulces, klínex, kotex, tampax, alguna medicina, juguetes de los niños, agenda, teléfono celular, un libro por si hay que esperar un rato, pluma, lápiz, diúrex, el último CD de nuestro cantante favorito, tarjetas de presentación, de crédito, débito y más. El clóset y las bolsas, como se ve, son expandibles.
Los cosméticos son unas pinturas y menjunjes con poderes mágicos que compramos para vernos más hermosas y más jóvenes pero que cuando nos las embarramos nos desencantamos y cuando nos las quitamos nos asustamos; algunas hasta despellejan. Para ir a adquirir todas estas nécessités es buenísimo contar con dinero en abundante cantidad y de preferencia con un coche.
El dinero viene en varias presentaciones. La morralla o sencillo, que hace mucho bulto y resulta pesada, por eso también están los billetes, representaciones en papel de las monedas. Se usan también los cheques, en el mismo material, y el pago en plástico, que es indoloro al momento de comprar pero muy punzante a la hora de pagar. El dinero es un buen invento porque se puede cambiar por cualquiera de las cosas y servicios necesarios para el hogar, resultando muy difícil hacer trueque entre ellos: las tiendas aún no aceptan zapatos usados a cambio de suéteres nuevos ni lavadoras descacharradas como abono de televisores, amén del problema que representaría cargar con estos objetos a las tiendas y del descomunal tamaño que los monederos tendrían.
El coche es una cosa que nos saca muchas renegadas igual que un hijo y al que hay que mantener como si fuera un hijo, con la ventaja de que si nos harta podemos cambiarlo por otro e incluso quedarnos sin ninguno. Otro punto a favor del coche es que es más fácil hallar donde dejarlo, aun en las grandes ciudades, que encontrar dónde o con quién dejar a los niños, sobre todo si de salir de noche se trata. A veces el coche lo maneja otra persona, lo cual, si no se tiene chofer, nos lleva de vuelta al marido.

De manera que el marido es el primer artículo necesario del hogar.

martes, 14 de enero de 2014

Reflexión de enero

He ahí a nuestra singular heroína o sea yo, debatiéndose en una de sus ya conocidísimas batallas. Vela pasar la gente y salúdale con especial deferencia y atención. Pero ella no ve más allá de sus narices porque ha decidido, en un desafío anacorético a la humanidad, ver el mundo a través de ojos entrecerrados,  para encontrar la fuente de la eterna inspiración.
Al ver la expresión que su rostro adquirió, algunos se preguntaban si habría contraído peligrosa infección oftálmica; otros si estaba perdiendo la vista y esto le hacía fruncir la cara. No faltaron los que, algo más aventurados, olfateaban el aire en busca de alguna pestilencia que la estuviera forzando a hacer esas extrañas visiones. Pero ella seguía impertérrita, como su padre le había aconsejado hacía muchos años que actuara cuando no tenía una idea de lo que estaba haciendo de manera que los demás pensaran que actuaba con gran sabiduría.
Trataba a los demás con displicencia, unas veces como obviándolos y otras sin siquiera verlos, lo que le hizo tropezar en varias ocasiones con sendos cuerpos humanos que se atravesaron en su bien trazado camino hacia lo desconocido. Caminaba como esos perros que saben perfectamente a donde van, y que, si les llama uno, voltean la cara sin dejar de avanzar rápida y directamente hacia su objetivo. Esto despertaba la más acuciosa curiosidad en las gentes, que estaban seguras de que sabía a donde dirigía sus decididos pasos. Así, a varias personas les dio por seguirla hasta que ella se cansó y, sin darse cuenta de que detrás venía una turba humana, sentose en la mesilla de un café que ofrecía sus servicios al transeúnte y se dispuso a observar a su alrededor.
Volteaba la vista hacia un árbol que estaba enfrente y le miraba como si fuera la única cosa en el mundo entero. Por varios minutos le observó, entrecerrando los ojos, hasta que el árbol se convirtió en su vista en una informe masa verde. Algunos de sus seguidores habíanse esparcido ya, y los pocos que se quedaron por no tener nada qué hacer seguían mirando el árbol como si de gran maravilla se tratara, codeándose entre ellos con caras de interrogación. Volteó la apretada vista hacia una menesterosa mujer que, cargando un infante chamagoso y jiotoso, alargaba la mano hacia ella con lastimera mirada. Depositó unas monedas que sacó de su talega en la sucia extremidad y entonces quedose quieta. Una sonrisa extraña llenó su rostro de emoción, tomando una expresión como de santo iluminado. Pagó el café, se levantó y, ya sin fruncir los ojos volvió lo andado con parsimonia y tranquilidad. Entró a su morada sin despedirse de quienes tan atenta y curiosamente la seguían para dejarles en la acera con un palmo de narices que tuvo cuidado de no pellizcar con la verja de metal.
Sentose, aún con la faz que resplandecía de armonía, para escribir esta gran sabiduría que descubrió arrugando la cara y viendo el mundo a través de ojos medio cerrados que no aprecian sino lo superficial. ¡Cómo no Lili, que ve tan mal, había desentrañado tan profundo misterio de la vida!:
“El mundo es, lo miremos como lo miremos, siempre la misma mierda”
Tomó lo escrito y lo analizó, pensó en ello durante dos minutos con veinticinco segundos, y en una veleidosa decisión le cogió disgusto. Con pesadumbre, empuñó sus llaves y salió de nuevo al día gris, frío y húmedo que había afuera. Caminó en otra dirección esta vez, de nuevo con los ojos que ahora llamó medio abiertos en lugar de medio cerrados en un esfuerzo por ser optimista, y hubo de esperar unos minutos para atravesar una calzada que corría por ahí. Vio a través del río de coches que pasaba, colocando su vista en la acera de enfrente, truco que sirve para no marearse en las grandes ciudades y que evita muchos sustos al ver las caras tan antiestéticas de los conductores de los automóviles que raudos circulan. Recordó con nostalgia al Negro, el perrote que cruzaba las calles viendo hacia donde iba y sin jamás voltear a ver el tráfico, salvándose muchas veces por milímetros de morir atropellado por algún desenfrenado carruaje y dando mucho trabajo a su ángel de la guarda. Entonces dio media vuelta, anduvo, volvió a entrar a su casa, a sentarse y a escribir:
“Si ves los obstáculos, es que has perdido de vista el objetivo”
Este pensamiento, como ya lo había tenido alguna vez, no le satisfizo por completo y, un tanto cuanto exasperada, dirigió sus pasos a la vía pública por tercera vez. Encaminose cariaceda hacia el parque cercano, y sentose en la primera banca que vio para pararse inmediatamente echando pestes: habíase sentado sobre inmunda plasta de extraña materia pegajosa que en el acto se aglutinó a su ropa. La desesperación aumentaba y a ella sumose la indignación de verse entarquinada de tal manera. Con este estado de ánimo avanzó hacia la siguiente banca y se sentó, no sin antes haber examinado minuciosamente el asiento. Ahí volvió a hacer el ejercicio espiritual de entrecerrar los ojos y tratar de ver el mundo a través del rimel que teñía sus pestañas.
Volteó acá y allá, siguió con la vista fruncida a una octogenaria que caminaba hacia la fuentecilla que  trataba en vano de alegrar el día. Como la viejecita caminaba despacio el ejercicio duró bastante alcanzando a respirar varias veces y a tranquilizarse el espíritu. Un vendedor de dulces pasó a su lado tratando de tentarla con su mercancía pero nuestra protagonista en un denodado acto de estoicismo dietético propio de enero, no volteó a ver las golosinas sino al vendedor, quien mejor se alejó a rápido paso al interpretar los ojos apretados como una mirada  llena de odio.
 Volviose ella a sentir desasosegada al ver que nada acudía a su mente, cuando, aun con los ojos estrujados y que ya daban qué hablar entre las viejas chismosas que acudían a cuanto rosario y función había en la iglesia del parque y que la veían veladamente tapándose la cara con el rebozo unas, con la hojita parroquial otras, reparó en la torre de la pequeña y adusta construcción colonial. Era una torre sencilla, sin pretensiones, blanqueada a fuerza de siglos de caliche, y la siguió con la vista apretujada hacia abajo. El blanco de sus muros contrastaba contra el gris plomizo del cielo que estaba decidido a estropear el día en cualquier momento con un chaparrón. Más abajo, el techo de la nave del templo, que recordaba más una ermita que una iglesia, era de rojos ladrillos. Donde terminaban los ladrillos sobresalían vigas de madera que sostenían la techumbre quién sabe desde cuando y un poco más abajo había unos ventanucos con sencillísmos vitrales sin más diseño que el tener unos cuadros de colores sepia, mostaza y naranja. La puerta del templo, que lleva el poco pretencioso nombre del Señor del Buen Despacho, ahora cerrada, evitó que su mirada recorriese el interior, pero sus ojos enjutados tuvieron una extraña visión estereoscópica y en technicolor en la cual estaba abierta: ella, muy joven y dando el brazo a su padre, descendía de un automóvil vestida de novia y entraba por el corto pasillo de la nave. Pensó en su progenitor, en sus palabras de ese día, en su flamantísimo y mancebo esposo esperándola; se rió sola para regocijo de las viejas chismosas y embozadas que no dejaban de mirarla con inquietud, al recordar aquel día soleado de abril.
Entonces volviose a su casa casi corriendo, con los ojos abiertos como monigote de caricatura japonesa, dejando a las viejas persignándose y escribió inmediatamente:

“La vida es, no importa cómo la miremos, una sucesión de momentos maravillosos que vale la pena recordar escribiéndolos antes de que se nos olviden del todo”