Siempre

Siempre

lunes, 6 de mayo de 2013

Guadalajara en un llano

Volviendo del taller de pintura paré en el mercado a preguntar por una gatita que tuvo gatitos (raro sería que hubiera tenido periquitos), y mientras hablaba con el dueño de la fonda vi una olla enorme en la que hervían unos pedazos de algo en un caldo colorado de algo y que meneaban con una pala de algo; olía a algo y me dio náuseas. Me despedí rapidísimo y salí a la puerta a coger aire pero tosiendo y tratando de no vomitar (así de delicadita soy a veces, pues). Una viejita limosnerita me hacía señas tocándose el cogote. Cuando acabó mi ataque me dijo que me cuidara, que ella padecía de bronquitis. Platicamos y me contó que cantaba para pedir limosna.Le pregunté qué canciones y nos echamos, cómo no, "Solamente una vez", de Agustín Lara, a dos voces. Sus ojitos verdes estaban re contentos, compartí con ella un dinerín, que yo había cobrado un día antes y hay que compartir. Además ya éramos como las hermanas Águila. Seguí mi camino a casa y vi lo que pensé era un pleito de tórtolas. Pues no, era una rata que atacaba a uno de esos pájaros. Espanté al depredador malvado amenazándolo con grito y patada, que para eso soy cinta negra octavo dan en mambo. Esto para que digan que la vida diaria y rutinosa no tiene aventuras.
El día del trabajo, miércoles, día de marchas pero no de tráfico, me fui otra vez on the road. A media carretera me pregunté y estuve a punto de preguntarle al marido/chofer a dónde íbamos a riesgo de que pensara que, ahora sí, se me había caído el único tornillo que me queda. Vaya si sabía yo a dónde iba, a la ciudad más bonita de Latinoamérica, pero es que iba yo tan metida en el camino que en el fondo no me importaba tanto el destino como el trayecto. Veracruz, Guanajuato, Monterrey, en esos momentos daba casi igual. Entonces pensé que es como la vida misma: lo que me gusta es vivirla; sé perfectamente dónde acaba.
Y llegamos, y nos metimos directo a San Pedro Tlaquepaque (San Pedo Paquepaque, que decía Diego de muy pequeño), y comimos y vimos el futbol en los portales del Parián. Y recorrimos aquellas calles tantas veces andadas y queridas.
Arribamos al hotel y por la noche nos salimos a caminar por Lafayette (sí, ya sé que hace años le cambiaron el nombre a Chapultepec pero no me importa; tampoco me aprendí los números de los Ejes Viales del D.F. y seguiré diciendo Eugenia, Popo y Ángel Urraza). Cuando era chica, en Guadalajara sí nos dejaban a las niñas salir a la calle y era justo por ahí por donde mi hermanita Lili y yo paséabamos. Muchas casonas, convertidas ahora en borracherías, nos recibieron con tapas y cervezas surtidas.
El jueves, como el marido/gerente tenía que trabajar, yo me dí a caminar. Buscaba la casa que fuera de mi tío Fausto entre aquellas mansiones de Colonias, unas en abandono, otras convertidas en oficinas y tiendas elegantes, pero no dí con ella. Salí a Hidalgo y seguí mi marcha. Poco a poco iba atravesando el túnel del tiempo: comencé en la colonia donde vivían mis tíos abuelos y las construcciones se iban haciendo más viejas conforme avanzaba hacia el centro. Me metí a la casa del oftalmólogo que operó a mi hermanita; ahora tienen el consultorio su hija y su nieto. Vi esa casa que tiene fama de embrujada, atravesé la calzada y cuando acordé estaba frente a catedral. Entonces entré a la Iglesia de las Mercedes, donde iba a misa mi bisabuela del mismo nombre que heredó mi mamá. A dos calles entré a San José, templo construido en el terreno donde estuvo la casa donde nació mi bisabuelo Louis, su esposo; atravesé la calle y vi la casa donde murió. Pisé las aceras de cuadritos rojos y blancos. Oí el acento de la gente, bobeé las tiendas, compré algo pero no compré una bolsa porque el de la caja era un chino viejo, o un viejo chino, es igual. Me tomé mi café en las sombrillas como debe ser, me asolee de lo lindo y entré a una librería: Sartre de a  veinte pesotes. Volví  al hotel cansadísima pero sulibeyada y esperé al marido/patrón para irnos a tomar un Valpolicella con harta comida italiana. En la tarde todavía salí a caminar para mostrarle la casa más bonita del planeta, que está a dos calles del hotel, y el árbol de su esquina me sorprendió: ¡nunca bahía visto un árbol de morcillas! Ahora sé de dónde las sacan, le decía al marido/recolector, que cortó una para mí y era una vaina larga y seca, negra, dura y llena de semillas. Luego en la calle vi un árbol que da conejitos, blancos y peludines.
Regresé el viernes, justo a tiempo para arreglarme e ir a la inauguración de la Exposición del taller de hartas plastas en que participo. Salío rete chula la cosa, lleno total, buen ambiente. Extrañé a mi hermanote pero se fue a una convención a trabajar, a mis BFF una porque se le murió el amigo y la otra porque se fue a Acapulco con su ruco. Me sorprendió la asistencia de gente linda y buena.  Los demás que no fueron pipipipipi. Mi marido/mecenas me convidó a elegante cenota con vino, hijos y mi mamá.
Y a mí, entre tantas distracciones que la vida me pone, me importa un rábano que haya gente mala. Me importa un camote que haya gente que carezca de la primera virtud del ser humano decente, que es la gratitud. Esta es la sabiduría de hoy, disfrutar el camino aunque veamos gente gacha por la ventanilla, total, con no abrirles la portezuela....