Siempre

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viernes, 10 de agosto de 2012

Opti-mismo

Lo que es que si a mí si me agarran, me llevan a la fuerza a un sitio donde me ponen sobre una mesa fría, me pican el fungli con un termómetro, me pinchan un muslo con una cosa y para colmo una vez drogada me zampan un enema, no les vuelvo a hablar en la vida. Pero Sushi Pachita María del Fungli, la gatita que alegra mi casa con sus ronroneos, no es rencorosa. Hubimos de hacer todo eso porque se le atoró una bola de pelos (y de caca, claro) en el intestino. Al volver a casa, toda pacheca y bizca la pobre, que quería caminar y se iba de lado como la de qué te ha dado esa mujer, respondía a mis abrazos con ronroneo y chupamiento de nariz. Debe ser muy optimista la pobrecilla.
Como yo.
Porque si bien la fuerza no me acompaña ya mucho, creo que la suerte sí. Siempre. Por ejemplo, si había exámenes me preguntaban justo el tema que más me gustaba y en el que más ducha estaba, y teniendo esa buena estrella como base construí un optimismo, que es el mismo que tengo hoy.
¿Que me perdí en el camino? Ná, así conozco más sitios. ¿Que no vino la Miss Oaxaca? Bueno, me ahorré su sueldo. El otro día me puse, yo que soy tan mona, a hacer unos cup-cakes  muy elegantes con chocolate de Ghirardelli's. Como todo mundo sabe, a veces las masas no suben mucho y los pasteles quedan con cierta depresión en el centro, mientras que otras veces, a saber por qué -porque es un misterio de la ciencia si al hacer la misma mezcla con los mismos ingredientes en idéntica proporción y ponerlos en el horno de siempre el tiempo acostumbrado el resultado es distinto- suben amenazando desparramarse del molde. Pues estos cup cakes subieron muy esponjados y de repente se sumieron totalmente. Quedaron los capacillos de papel forrados de una capa como de brownie, compacta, como si se hubieran horneado con un peso adentro que les impidiera llenar el molde. Los saqué ante mi azorado esposo (que hubiera tirado todo a la basura echando maldiciones surtidas, herejes y reposteras a san Pascual Bailón) y dije: "¡Eh! ¡volcancitos de chocolate! ¡los voy a rellenar con helado de vainilla"!  Son cosas que la experiencia enseña, hace muchos años hice, según yo, un pastel. Juro que lo hice como siempre pero se ponchó todito y quedó como de dos centímetros de alto. Como no estaba duro, ni seco, lo corté en cuadritos y lo  ofrecí como brownies, que tuvieron tal éxito que todo mundo me pidió la receta y me hice taruga. Han de haber creído que eran de cajita y por eso no les decía cómo hacerlos. Por cierto, mis volcancitos con helado quedaron riquísimos.
Es ese mismo optimismo que me hace levantarme y vencer el dolor de piernas, el que me apoya cuando no hay ingresos, el que me soporta cuando el horizonte se ve negro azabache. Esto -me digo yo que soy tan positiva- también pasará. Como han pasado tantas cosas que se van quedando atrás como malos recuerdos y, a veces, se convierten con el tiempo en chiste familiar. Bueno, incluso cuando estoy de negativa (que no soy perfecta, siento desilusionarles), siento en el fondo que ya se me quitará el estado de ánimo oscuro. Y sí,  basta un beso de hijo, un chiqueo de marido, una chiroteada de perro para que se me encienda la luz. Así de baratota soy.
Por eso aconsejo, yo que soy tan sabia, en esos momentos en que no se ve esperanza alguna, sacarla de algún lado, siempre hay de dónde. No me creen, porque cuando está uno sumido en la tristeza (como en los tangos) hasta gordo cae que le digan que mañana brillará el sol.
Pero brillará,brillará, como la luz de las haditas....