Siempre

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jueves, 27 de enero de 2011

Más cuesta; cuesta más

Trepando la cuesta de enero como decía aquella defensa de un camión que vi en la carretera: "ahi voy subiendo de a poquianchis", me encuentro sobrecargada de gastos tarugos y listos, de los dos. O de los tres o cuatro, porque los hay de varios tipos:
Gastos a producto de gallina, o sea de a fuerzas: inscripción semestral de la uni, predial que da tanta rabia pagar, seguro de camioneta, tenencia de la misma...
Gastos que se hacen todos los meses o bimestres pero que en enero suman: luz, agua, gas, hipoteca, teléfono, mecatevisión, tarjetas de crédito que este mes están más gordas que un tabique de adobe rústico por las vacaciones y los imprevistos hospitalarios.
Gastos tarugos: descomposturas que hubo/hay que arreglar: grifería de la cocina, algún amplificador, vueltas a Veracruz.
Gastos de defensa de la avicultura, es decir, por mis huevos (válgame la abarrotera expresión): herrería para la pulquería. En lugar de cambiar mi camioneta que por la defensa de la avicultua del Jefe del DF, Marcelita Ebrard, no circulará un día a la semana el año que entra, tal vez compre un carrito de bolsillo. Es más económico mantener mi camioneta viejita y el micromachine nuevo que una camioneta nueva, y tendré dos vehículos a disposición de la familia.
Pongo a trabajar mi entrenamiento de las Guías en cuanto a trepamiento de cuestas y cerros se refiere, y palabra scout que ni las cuestas suizas ni los cerros mexicanos me costaban tanto, debe ser cosa de la edad o tal vez necesite mi piolet y mis cuerdas, que son de esas cosas que el viento se llevó cuando me casé y me tiraron un montón de cosas (libros incluidos, no hay que ser...).
También me pongo, al fin, a trabajar para empezar el año laboral (ya era tiempo). Pongámonos todos, que si no, nos vamos a aburrir y el aburrimiento es padre de muchas tarugadas.
Sabiduría gratis: No hay mal que por bien no venga (para consuelo de muchos).

miércoles, 12 de enero de 2011

Batalla del arranque de año

Pues así es esto de las gelatinas,: lento, más lento que de costumbre, enero se va abriendo camino y el nuevo año se ha tomado posesión de todo. Sólo los muy bolsones y lentos no han quitado los foquitos, monigotes y toda la parafenalia navideña. Yo retiré lo poco que puse en un santiamén desde el día 4, porque los Reyes no visitan esta casa, sin embago, tuve que ejercer reales labores al amanecer del día de marras porque hallé tremendo zapatón colocado con ilusión en la puerta del cuarto de Diego, el más pequeño de mis hijos. Ya estaba yo pensando que era un guarro que deja todo tirado, cuando caí en cuenta y le puse una caja de bombones de chocolate con avellana, de esas cosas que quedan de la provisión de regalitos que una, que es tan previsora, tenía listos.
Cuando era chica no sé cómo hacía para seguir creyendo, si a mí me traía los juguetes Santa Claus; a mis primos los Ibarra el Niño Dios y a algunos del colegio los Reyes Magos. Era para confundir a cualquiera. Pero a esas edades todo es nuevo, hasta la fe, y no se ha desgastado aún. Ahora cuesta más creer y esto aplica para todos los campos en que se necesite hacerlo.
Pero creeré. Me niego a ser una escéptica porque casi siempre eso va de la mano con ser amargada. Creeré en que este año que va arrancando a fuerzas, como los motores de los coches de mi infancia a los que había que calentar mientras pedorreaban e iban carburando, será bueno. Aún no me llaman para trabajo; todavía no comienza clases el único estudiante que queda en casa; no han empezado los talleres y yo me muevo como esos pistones, de a poco, resucitando, y aprovecho para hacer las cosas que después no podré hacer, de lo que me quejaré seguramente pero con conocimiento de causa, sabiendo que me quejo por vicio y no porque las cosas estén realmente mal.
Y la cuesta de nuevo, esa cuesta que vaya si cuesta, con seguros por renovar, impuestos por pagar, vacaciones por cubrir en las tarjetas, inscripción de la universidad... y no sigo por temor a amargarnos, que ya quedamos que eso nomás no.
Y mi esfuerzo todo vuelto apoyo, y mi esperanza algo fría pero viva.
Y mis "tropózitos" del nuevo año; y mis despropósitos del pasado que se quedan donde sucedieron.
Y yo, que aquí sigo pa lo que gusten mandar.

martes, 4 de enero de 2011

"No perdono a la muerte enamorada,
no perdono a la vida desatenta,
no perdono a la tierra ni a la nada. "

La muerte es un lugar común lleno de más lugares comunes. Pero no por eso deja de ser una experiencia única para cada ser humano; cada muerte que sufrimos es distinta en nuestro pequeño mundo y en nuestro diminuto pedacito del universo.
Llega ella con su manto negro, negro como la noche en la que tanto miedo nos da encontrarla disimulada en la oscuridad, y se lleva de tajo a los que amamos, a los que necesitamos y a los que, desde ese momento, extrañamos. También se lleva a los que nada nos importan, a los que desconocemos, y hasta a los que odiamos pero cuando nos roza maldecimos a su contraria, la vida, por lo que de muerte tiene. Maldecimos y nos enojamos, y nos preguntamos por qué no se lleva mejor a los que consideramos malos, inútiles o innecesarios.
Y nos dolemos y lloramos por la ausencia, por el dolor y por el amor. Y entendemos cómo puede ser torpe un consuelo y desesperado un abrazo ahora que lo damos, como lo fueron ayer que lo recibimos.
Y las lágrimas ruedan por todo a la vez, porque nos hará falta, porque nos hizo falta ya. Por la pena del amado, por la carencia.
Y es ineludible, la muerte, a casi todos nos toca despedir a nuestros padres y no por eso lo aceptamos ni lo asimilamos con facilidad.
Y el tiempo que dicen que cura todo y no cura nada, sólo va convirtiendo la ausencia en una presencia y un no estar en un estar.
Sólo trastoca en lejanía un dolor y en cicatriz una herida.
Pero las cicatrices se ven, existen y quedan para siempre.