Siempre

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martes, 29 de marzo de 2011

En el bar la vida es más sabrosa

Pues resulta que llegando de la playa se le ocurren a una muchos lugares comunes: "llegué con energías renovadas", "descansé mucho", "qué lindo el clima tropical" (Este último no para todos que hay personas, en mi propia casa, que odian el calor mientras que yo soy feliz con la menor cantidad de ropa posible). Estando tiradota a orillas del mar, ahora sí haciendo honor a mi mal ganada fama de que me la paso rascándome algo, y leyendo una novela sobre el último Rey de la Alhambra, venían a mi mente otras vacaciones en el mar, en diversos mares que una es muy variadita, y los compartía con mi hijazo en los ratos en que él no estaba jugando water-polo, volley-ball o simplemente chiroteando con sus congéneres en el agua. Nos acordábamos, él y yo, de cuando cada uno era pequeño: yo con mi padre en Mazatlán comiendo callo de hacha y ostiones, en Acapulco; él conmigo, cuando nos quemaron las aguamalas, cuando nos arrastraron las olas... Veía a las madres que estaban intentando relajarse cinco minutos y a sus pequeños chipotitos que las instaban a chillidos que los metieran al agua, que ya habían pasado muchas horas desde que comieron, que los llevaran a la playa, y yo, egoísta yo, más me solazaba pensando que mi retoñote sólo me decía voy al bar, voy allá voy acá, y yo le decía como José José: anda y ve. Y volvía yo, embadurrnada de bloqueador, a echarme en la tumbona con mi libro y mi cuba de Captain Morgan (un amiguete caribeño que tengo). Eso sí las tumbonas son asesinas para mi rabadilla, son incluso peores que veinte horas de carretera y casi tan malas como una mudanza. Necesito apoyo, aparte de moral, lumbar. Ya en el aeropuerto cualquier movimiento me dolía. Pero regresa una a los ejercicios normales (agacharse sacando ropa dela lavadora, uno, dos, uno dos; levantar cacas del césped, una, dos, tres, cuatro; estirarse a sacar un molde de la gaveta más alta de la cocina uno, dos), y el cuerpo vuelve a tomar sus acomodos, las vértebras recobran su sitio ayudadas por el diclofe-naco y ya está. Sólo me paraba a lo necesario que es echar una nadadita en el mar, comer y beber, y a un concurso de tiro con rifle que, desde luego, gané. La buena vida, pues. Y está el Melía este justo enfrente de una isla a la que fui en viaje de bodas, y que tiene una pequeña playita donde mi flamantísimo marido y yo, como buenos chamacos, nos separamos de toda la gente que se quedó en las palapas tragando y nos fuimos a jugar con los pececitos. Me di la peor quemada de sol de mi negra vida: una gota de agua me ardía como ácido del más fuerte (ese mismo). Aprendí a usar productos protectores y me salieron cien pacas más ese día. Cosas de inexperiencias y juventudes. Ahora a trabajar. Contenta y no por haberme escapado, sino porque siempre trabajo contenta, así de mona soy. Sabiduría gratis: La dieta siempre comienza el lunes, no molestar el fin de semana.

lunes, 14 de marzo de 2011

Moradito claro

Pozi. Heme aquí en esta ciudad que se ha vestido de morado antes de semana santa. Claro que es un morado claro bellísimo de las miles de jacarandas que se dedican como locas a florecer este mes y que dejan el piso como alfombra nueva. Preciosa mi ciudad, me dije hace unos días cuando venía de cenar con mi maridazo y al entrar a la calle más bonita de mi pueblo cruzando por encima de un puente colonial, vi un muchacho muy jovencito, casi niño, metiéndose bajo el puente a dormir. Entonces ya no me pareció tan linda la ciudad ni la calle ni nada, pero no le dije nada el señor que venía muy contento para no amargarle el rato.
Ya el domingo nos fuimos temprano a la central de abastos de mariscos, en mala fecha porque ya es cuaresma y había mucha gente comprando pero adquirimos a buen precio almejas, camarones de varios tamaños, jaibas, pulpo, manitas de cangrejo, ostras y ancas de rana. Es que la congeladora ya estaba muy triste, y es que conviene porque se surte una para varios meses y aunque gaste de golpe un dinero, ahorra porque va una sacando en lugar de comprar caro por acá.
Para medio dia mijo el Manolete puso uno como chiringuito en el jardín y nos atendió cual reyes; todo fue zampar y cantar hasta que dio la hora de irnos a los toros. Malos toros y buenas toreras, les exprimieron las tandas como se pudo.
Trabajo y trabajo, que no me molesta y en mis ratos libres he pintado las paredes de la cocina de un color vainilla muy mono. Será que mi trabajo es sedentario y entonces la labor física viene a ser un alivio para mí: enderezo las vértebras y muevo las piernas. Dejé un taller muy amado pero espero que me valga; cuando se junta demasiado por hacer necesita una los tiempitos para otras cosas o se nos cae la casa encima de tanta mugre y nos ataca la histeria de ver las cosas inconclusas y los hijos famélicos o el marido con la camisa arrugada como si fuera solterón. Ahora hay que sacar tiempo para escribir.
Accidente chiclero: Se me pegó un chicle que algún majadero dejó mascado en el asiento en la Plaza. Está adherido a mi linda falda (larga por aquello de que no me gusta que a los toros te pongas la minifarda). Solicito recetas y trucos para quitarlo por favor. Ponerlos en comentarios, serán muy agradecidos.
Sabiduría quinenal (baratita por ser para usté): Mascar chicle es malo para los dientes por más que inventen marcas que blanquean (tienen abrasivos malos para el esmalte), que quitan el mal aliento (mejor algo de higiene). Sigue siendo modelo de vulgaridad una mujer masticando cual rumiante y ya se ven los perjuicios que causa. He dicho. Y el próximo post será con aroma a coco y con piel bronceada desde el bello Pacífico Mexicano.