Siempre

Siempre

lunes, 24 de agosto de 2009

Dos semanas son, en términos humanos, tiempo relativo. Es que el tiempo siempre es relativo, si no, recordad al sabio inglés que dijo "Time flies when you are having rum".
Dos semanas en la playa saben a poco; con la suegra a eternidad; sin que caiga trabajo a largo; sin escribir a aplastamiento mental y baquetonería. Dos semanas se van tan rápido como pesero queriendo ganar pasaje o tan lento como hijo aseando su cuarto. Dos semanas es la distancia entre cheque y cheque para los asalariados y según sé esos catorce o quince días quedan muy lejos el uno del otro. Todo depende, todo es asegún.
En dos semanas he hecho dos trabajos; he tenido dos comidas amigosísimas, una con chiles en nogada y otra más sencilla; acudí a la fiesta del cumpleaños sin-cuenta de una amiga muy animosa y feliz. En dos semanas debo haber comprado no menos de 140 birotes, consumo que algunos puestos de tortas ya quisieran. He lavado aproximadamente 30 camisas y/o blusas y otro tanto de calcetines, calzones y etcéteras. En dos semanas se hace o se deja de hacer, definitivamnete, mucho.
Así que, a pesar de que no tengo quincenas de pago, he decidido dividir mi tiempo en periodos de dos semanas (hebdomedaires). Dos semanas me parece un tiempo lógico para acabalar proyectos, entregar trabajos, aliviarme de algún mal (lagarto), preparar un festejo, cobrar algún dinero.
Sabiduría de hoy (gratis): Suegra que no odia a su yerno no quiere a su hija. (Sara García)
Mantra de la quincena: No es mantra, es jaculatoria: Santa Bárbara doncella, líbrame de una centella. Aplica para estos días de lluvia con rayos y truenos a nuestro alrededor.
¡Nos vemos dentro de dos semanas!

viernes, 7 de agosto de 2009

Problemas a la carta.

Hoy yo, que soy tan dispersa, medio veía una película mientras alzaba mi pieza. Había una niña de catorce años de lo más chulo que se hace amiga de su vecino autista. La niña iba al paseo escolar, jugaba volley ball y tenía un hermanito muy chistoso. Esto me hizo pensar en mis catorce.. ¡qué re feliz que era yo! Primero de prepa (4° D, mucho relajo, Sor Madelein, Hilda, Leticia, matemáticas, volley ball...): las Guías, las fiestas de 15 años que hacían mis amigas, de la onda disco.
No se da una cuenta de lo feliz que es. En ese entonces nos poníamos a llorar porque el niño, porque el papá no nos había dado permiso, porque la monja nos iba a castigar. Luego, al crecer, añoramos esas etapas pasadas como si las presentes fueran peores. No. No son peores. Lo que pasa es que para mis catorce, el niño, la monja y la calificación eran problemas proporcionales a mi edad y a mis capacidades; cuando tuve treinta la muerte de mi papá, el trabajo del esposo, equilibrar mi consulta con el tener latosos hijos pequeños, eran también situaciones más o menos de mi talla.
Malo que a los catorce hubiera tenido esa pérdida o un hijo. Hubiera sido como la langosta y el bebé.
Va la parábola de la langosta y el bebé: una madre rica pero mensa le sirve al bebé una langosta thermidore porque sabe que es un alimento bueno, exquisito y muy proteínico. Pero el bebé, de tres meses, no lo puede ni coger ni masticar ni digerir por bueno que sea. Moraleja (para los que no la pepenaron): cada cosa a su edad, cuando las podemos digerir. A mi edad tener problemas de que el niño que me gusta saludó a la gorda de cuarto C o que tengo que terminar las prácticas de química y ganarles a las del otro colegio en el partido serían de risa, me quedarían bien guangos.
Pero a mi edad lidiar con niños pequeños como lo hacía a los treinta.... sería muy pesado.
Por eso me pongo a pelear con los problemas y situaciones que tengo ahora, porque esas de antes, que vistas a lo lejos me parecen tan bobas, fueron nada menos que un entrenamiento paulatino.
O sea: ¡Que me echen al león de la Metro! ¡Qué me dura!
Sabiduría gratis: El que nace pa tamal, del cielo le caen las hojas.
Oración de hoy: (es como un mantra católico) San Cayetano, llévame de la mano.